El Perdedor de la película
A raíz del acoso en redes al que Kanye West ha sometido a su ex, Kim Kardashian, en su delirante afán por recuperarla, el incisivo comediante Trevor Noah reflexionaba, que, si una de las mujeres más poderosas del mundo no podía escapar a eso, ¿qué oportunidades podrían tener las mujeres comunes? El evento trasciende así el nicho del tabloide y la prensa rosa, y se convierte en nocivo antecedente cultural.
“Los ciudadanos del mundo contemporáneo sabemos bien que nada de lo que ocurre en Estados Unidos se queda en Estados Unidos”, afirmaba el periodista Juan Gabriel Vásquez sobre la nefasta influencia de la era Trump en la promoción del autoritarismo en el mundo. Por eso la bofetada hollywoodense de moda en la ceremonia de los Oscares del pasado 27 de marzo, no es una mera anécdota. Cuando un ídolo de masas golpea, en directo, ante millones de telespectadores, eso influye en la cultura occidental.
A los machos, la ira no se nos la censura, sino que se nos la supone. Ser furioso, hostil y letal, son atributos que Hollywood ha contribuido a asociar con masculinidad por décadas, de la mano de íconos de la testosterona como John Wayne, Charles Bronson, Sylvester Stallone, Bruce Willis, Chuck Norris, Steven Segal y un sinfín de musculosos de mecha corta. Comprobamos pues, que ese estereotipo que parecía anacrónico y hasta caricaturesco, sigue gozando de perfecta salud.
En su nota sobre el incidente, el cronista Octavio Salazar se quejaba de la dificultad de encontrar referentes para hablarle a las nuevas generaciones sobre la necesidad de desmontar la masculinidad patriarcal. Aunque el artículo desató una lluvia de descalificaciones de hombres indignados por su crítica al justiciero de la bofetada, esa inquietud por la escasez de referentes quedó rondando mi cabeza. Hasta que recordé a uno que tenía en el olvido…
Aquella noche, Cartagena era una fiesta. En la última jornada del festival, recalamos en un emblemático salón de baile engalanado por una virtuosa banda cubana. Y en medio del festín etílico, atestiguamos lo siguiente.
En una mesa en primera fila, una pareja muy acaramelada se deleitaba con el conjunto musical. Pero su líder, que era todo un dechado de sabor salsero, no paraba de cruzar miradas con la chica. En un momento dado, la sacó a bailar. Regresó al escenario, sonó otra tonada, y volvió de nuevo a la carga, bajo la mirada incrédula del hombre. A la tercera, el baile era ya manifiestamente sensual. Los ojos de la doncella chispeaban mientras el caribeño le daba giros de vértigo como a un trompo multicolor. Finalmente, la banda tocó su encore, y acto seguido, el cantante le hizo un gesto a la chica, que recogió su bolso, susurró algo al oído de su acompañante y se marchó con el exuberante mulato. El respetable no podía creer semejante osadía y casi que ansiaba que el ofendido, que doblaba en tamaño al provocador, lo retara a golpes para así tener el clímax perfecto de anecdotario de cantina. Pero hubo que conformarse con la parsimoniosa partida de los amantes de ocasión, cual Banderas con Hayek en “El Mariachi”, con fulgurante explosión a sus espaldas. Y es que las películas clase B, tan repletas de clichés que están, terminan siendo divertidas.
Cinematográficamente hablando, los presentes nos montamos la mala cinta que hubiera protagonizado algún Stallone, Willis o Segal en desesperado afán por reactivar una carrera en declive. Pero, al calor de los Oscares del bofetón, me pregunté, ¿cómo hubiera dirigido esa escena Ryūsuke Hamaguchi, el ganador a la Mejor Película Extranjera con “Drive My Car”? En esa obra maestra, un director de teatro devastado por pérdidas familiares y una infidelidad no resuelta, se reserva su catarsis emocional para las tablas, mientras peregrina impávido por su cotidianidad.
Así que giré la cámara de mi memoria hacia el perdedor de aquella noche cartagenera. Y ahí lo vi, en su mesa, solitario, terminando su bebida sin prisa, y aguantando impasible la mirada burlona de la audiencia sedienta de morbo. No nos complació. Llegado el momento, simplemente pagó la cuenta, recogió su chaqueta, y encaminó hacia la noche profunda.
Sabrá uno si a continuación, el susodicho fue a darse de cabezazos contra un muro y a llenarse la nariz de alguna droga del escape. Pero eso arruinaría el guion de esta película del recuerdo incierto. El director prefiere imaginar a su anti héroe sentado frente al mar extenso, respirando su mal trago desde la entraña hacia la brisa, hasta sentir un día, el regreso de la liviandad. Y en ese momento, agradecer a la vida haberle liberado de aquel lastre que drenaba su fuerza vital, sin rencores por la forma poco agradable en que se dio. Porque las liberaciones que importan, rara vez están exentas de conflicto. Pero los héroes necesarios, no son esos que se lanzan a la guerra, sino los que la evitan, silenciosos, discretos, tan dueños de sus emociones y tan seguros de sí mismos, que no necesitan demostrarle nada a nadie. Saben que a menudo, la mejor reacción es ninguna, y conocedores de su valía, son inmunes a la adulación y a la burla. Sonará a personaje de ficción, pero yo lo vi. Sé que existe. O quiero creer que existe. Y si lo creo, existe… ese referente tan necesario…
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Fuentes
The Daily Show with Trevor Noah (15 de marzo de 2022). The Kim-Kanye-Pete Controversy. [Video]. Obtenido de: https://www.youtube.com/watch?v=DEZdsisM8ZI
Salazar, O. (28 marzo 2022). Will Smith, otro hombre que no deberíamos ser. El País. https://elpais.com/elpais/2022/03/28/mujeres/1648455623_780358.html
Vásquez, J.G. (16 febrero 2022). El 6 de enero y las palabras desgastadas. El País. https://elpais.com/opinion/2022-02-17/el-6-de-enero-y-las-palabras-desgastadas.html