Entonces hombres, ¿qué hacemos?

Adrian Cruz García
4 min readMar 1, 2019

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[ Michael C. Brown, Cairo, 2013. Magnum Photos © ]

Se dice que el ya anciano David, patriarca de Israel, mandó a traer a la hermosa joven Abisag para que durmiera con él y calentara sus viejos huesos. Casi 3000 años más tarde, Ghandi de 77, hacía llevar a su lecho a la joven Manu de 18, a fin de poner a prueba su resistencia a los apetitos carnales. Cuando Mao Tse-Tung decidió restringir su aseo diario, afirmó: “yo me baño dentro de los cuerpos de mis mujeres”. Muchas vírgenes, hijas de humildes familias campesinas, pasaron por su alcoba como parte de su obsesión con prolongar la longevidad a través del sexo. Décadas después, no sería casual que el cebo aspiracional de muchos yihadistas suicidas fuese el tiquete a un paraíso en compañía de 72 vírgenes. Las formas cambian, pero no el fondo. Desde los noventas es un recurrente cliché, la imagen de machos de gimnasio exhibiendo en sus videos musicales los privilegios de la fama, en medio de un harem de danzantes jovencitas escasas de ropa. La historia de la humanidad es la historia del patriarcado.

Fue aquel criminal de guerra de apellido Kissinger, el que acuñó la frase “el poder es el mayor afrodisíaco”. Pero más pareciera que la ecuación funciona al revés. Para el macho, el gran incentivo del poder es la posibilidad de la posesión carnal irrestricta.

Si por los hombres fuera, nada cambiaría porque, para el prototipo del patriarca, que es justo el prototipo del macho capitalista, los privilegios se defienden a muerte. Pero en el momento en que ellas rompieron el silencio, los cimientos de ese sistema se menearon. Y con cada grito, aumentó la vibración. La física demuestra que hay frecuencias oscilatorias acumulativas que pueden traerse abajo hasta las estructuras más pétreas. #SeVaACaer, es un hecho. La pregunta es, ¿cuánto va a durar en caer? Aunque no se pueda predecir, también es un hecho que mientras más nos sumemos a la causa, más se acelerará el proceso.

Entonces los hombres, ¿cómo aportamos? Hay muchas formas, pero me voy a centrar en una. Tenemos que trabajar nuestro machismo. “¡Pero si yo no soy machista!”, exclamó el gran varón. Hay que ser muy pretencioso para pensar que uno, de entre todos los machos del mundo y de la historia, es el único inmune a esa estructura ideológico-cultural que nos precede en miles de años. Mi experiencia personal me indica que no basta con atiborrarse de textos feministas y de nuevas masculinidades para decir que uno se está trabajando. Eso ayuda, claro, pero es insuficiente. Hay que hacer terapia. ¿Por qué? Muy simple. La lectura y la argumentación son procesos cognitivos que se dan a nivel consciente. Y la estructura patriarcal está anquilosada a nivel sub-consciente. Es decir, muchas veces opera de forma automática, sin que nos demos cuenta. Por eso, llegar a esas capas profundas de la psique, resulta crucial. Y eso exige trabajo y acompañamiento especializado.

Hay muchas formas de terapia y parte del camino es hallar la que a uno le funcione. Yo probé varias y me quedé con un sistema de psicoterapia corporal grupal llamado Radical Aliveness. Pero con todas sus bondades, es tema recurrente en nuestro grupo de trabajo (mayoritariamente femenino), la enorme resistencia que hay entre los hombres para entrar a estos procesos. Y es que la noción de virilidad patriarcal pasa muchas veces por mostrarnos silenciosos en nuestros dolores y arrogantes en nuestros logros. La nueva virilidad reivindica que el auténtico coraje es aceptarse vulnerable, y atreverse a conocerse y cambiar. Porque a los lugares dolorosos, donde está la raíz de nuestras conductas jodidas, no vamos si no es con alguien que nos sostenga cuando queremos salir corriendo.

¿Cómo fue ser apaleado ante los pares por un ‘bully’? ¿Sirvió transformarse en uno para compensar esa humillación? ¿Cómo se vivió el rechazo de esa mujer idealizada? ¿Qué impulsos vengativos desató? ¿Cómo fue vivir esperando que la pareja, la madre, la abuela, te sirvieran la comida? ¿Cómo se siente que a la persona más amada, la normalizáramos en su rol de servidumbre? ¿Sentimos que no estuvimos a la altura de la exigencia del sistema de ser guapos, sementales, ricos y populares? ¿Cómo afectó esa frustración nuestro comportamiento con ellas? Y así, empezar con esas preguntas feas, e ir para adentro, para adentro, hasta encontrar las emociones raíz conectadas a ellas, que suelen ser las más primitivas y las más intensas: culpa, vergüenza, miedo, tristeza, ira. Porque si no se trabajan, se quedan en el cuerpo y pueden llevar a comportamientos destructivos, como hostilidad hacia las demás personas, o agresiones hacia nosotros mismos, sea en forma de enfermedades psicosomáticas, adicciones o hasta impulsos suicidas.

Así es que hermanos, si realmente queremos acompañar a las chicas valientes que están alzando la voz contra los abusos del patriarcado, empecemos por reconocer que nosotros también somos sus víctimas y atrevámonos a sanar nuestra maltrecha masculinidad a través del proceso terapeutico que más nos sirva. Da temor, claro. Pero como dicen por ahí, la felicidad está al otro lado del miedo.

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Adrian Cruz García
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Written by Adrian Cruz García

Apegado al cine y adicto a la música. Gusta de impartir clases y ha hecho sus cosas audiovisuales. Escribe a ratos, porque no sabe tocar piano.

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