Los límites éticos en la creación

Adrian Cruz García
4 min readSep 26, 2019

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Afiche de la película “Cannibal Holocaust” (1980)

Me encanta el cine de terror, y admito tener buen estómago para las obras más extremas. Jugar a sentir miedo “de mentiras” es algo que atrae al ser humano desde el inicio de los tiempos. Recuerdo que fue allá por los primeros años del pirateo virtual, que di con la obra de culto “Cannibal Holocaust”, que, precedida de una reputación horrorosa, era imán infalible para los aficionados del género. Y bueno, lo tristemente habitual del llamado subgénero de “Exploitation”: guión anodino, actuaciones flojas, violencia explícita, estereotipos sexistas o racistas, y un realismo notable gracias a buenos efectos especiales, que fue lo que finalmente le dio fama a la obra. Sin embargo, en un momento que no olvidaré, los protagonistas atrapan un animal y se prestan a sacrificarlo. Ahí paré la película y me salté la escena temiendo lo peor. La adelanté y vi que luego capturaban a otra criatura. Stop. Incómodo, investigué un poco y comprobé que efectivamente, para esa pieza infame, se habían sacrificado varios animales con extremo sadismo. Desde ese día esta película se convirtió para mí en sinónimo de perversidad.

Traigo el tema a colación a raíz de las reflexiones que me provocan su próxima proyección en una sala de cine local. Escribí a los organizadores comentándoles sobre el reprochable contenido de la película e invitándolos a reevaluar su programación en virtud de que la crueldad contra los animales, si bien en los años de realización de la cinta estaba normalizada, actualmente era inaceptable. Me respondieron que sabían de esa situación, pero que estaban orientando la proyección a un posterior debate sobre las implicaciones de esa polémica producción. Les di las gracias por la respuesta y me quedé anclado en mis cavilaciones. ¿No mostrar lo condenable, será una forma de censura? ¿Y mostrarlo, es una invitación al análisis crítico, o un acto de morbo solapado? ¿Cómo aprender a reconocer lo terrible, si no lo atestiguamos? ¿Podemos tomar una posición sólida, solo con base en lo que otros hablan sobre un hecho condenable?

No tengo la respuesta, pero en principio, bajo mi interpretación subjetiva de la ética, ningún producto artístico puede realizarse infligiendo sufrimiento a un ser vivo contra su voluntad. Es cierto que una persona creadora podría querer flagelarse en nombre de la libertad artística, como el artista ruso que se clavó los testículos contra un madero para protestar por la represión homofóbica en su país. O el calvario al que se sometió Marina Abramovic con la obra “Rythm 0” (1974), al exponerse a ser objeto de los actos hostiles de los asistentes a la exposición mientras ella se mantenía callada e inmóvil. Pero eso es otra cosa. Ahí prima el libre albedrío y la auto-responsabilidad que se le supone a todo ser adulto. Nadie más que la persona artífice está sufriendo por su causa.

Sobre este tema, es inevitable recordar el caso de Guillermo Vargas ‘Habacuc’, quien ganó fama mundial por la obra que presentó en una galería de Managua en 2007, para la cual mantuvo amarrado a un perro callejero durante 3 días. La leyenda urbana que se difundió como pólvora, decía que al can le había sido negado el alimento hasta su muerte por inanición. Circuló por el orbe, una petición con miles de firmas para condenar el acto. Con el tiempo trascendió que el animal se había mantenido alimentado durante los días de la exposición, y que había sido liberado al final de la misma. Que Habacuc quisiera tocar esa fibra para dar un discurso particular, es harina de otro costal. Lo importante fue que la reacción abrumadora del público demostró que para los estándares del momento, resultaba inaceptable infligir unilateralmente maltrato a un ser vivo en nombre del arte.

Volviendo al campo cinematográfico, viene a la mente el caso de “Last Tango in Paris”, recuperado al calor de las ondas expansivas del #MeToo, en el cual su director Bernardo Bertolucci y el legendario actor Marlon Brando, habrían confabulado para someter a la actriz Maria Schneider de solo 19 años, al rodaje de una escena de ultraje sexual de la que ella no estaba informada. “Me sentí violada”, confesó años después. Pasa lo mismo con los trabajos de un Woody Allen acusado de pedofilia, o con las actuaciones operísticas estelares de un Plácido Domingo revelado como acosador serial, que dan fe de la necesidad de valorar también el trabajo artístico de un autor a la luz de los principios éticos de la época en que se miran.

Por eso observen este afiche, reconozcan este título y recuerden a su autor: “Cannibal Holocaust” de Ruggero Deodato, es una obra tejida con actos criminales contra animales inocentes. Y al margen de su impacto en el género particular que adopta, esa es la circunstancia que no se debe olvidar a la hora de ubicarla en el lado más lúgubre de la historia del cine.

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Adrian Cruz García
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Written by Adrian Cruz García

Apegado al cine y adicto a la música. Gusta de impartir clases y ha hecho sus cosas audiovisuales. Escribe a ratos, porque no sabe tocar piano.

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