Paradojas de rockstars y gurús

Adrian Cruz García
5 min readJul 12, 2023

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Hace 50 años, cuando un Mike Oldfield de solo 19 años llevó “Tubular Bells”, un disco instrumental de música progresiva en el que tocaba todos los instrumentos, al primer lugar de las listas de popularidad, no estaba preparado para las presiones de la súbita fama. El chico introvertido y melancólico no quería dar conciertos y solo encontraba paz en el estudio de grabación. Justo ahí lo sorprendió la noticia del suicidio de su madre, mientras hacía su tercer disco, “Ommadawn”. A pesar de la depresión, logró terminarlo, resultando incluso superior que su ópera prima. Pero finalmente, la nube negra que cargaba lo hizo recalar en un grupo de desarrollo personal llamado “Exégesis”. Afirma que fue un renacer. A partir de ahí, empezó a hacer giras constantes e incluso su música mutó a un estilo más a tono con los animados sonidos eléctricos del momento. Pero también, su creación se tornó irregular. Algunas joyas (“Five Miles Out”, “Amarok”, …), coexistieron con numerosas pifias insertas en estilos musicales propensos al cliché, como el AOR (Adult Oriented Music) o ese New Age tan socorrido en los entornos holísticos. Hubo puristas que achacaron su inconsistencia a aquella terapia que le cambió la vida. Él mismo ironizó en una entrevista: “la vieja historia…, del sufrimiento surge belleza”.

Paradoja #1: a pesar de su sonido limpio y melódico, Oldfield fue uno de los pioneros en el uso de la llamada voz de “monstruo come-galletas” (Cookie Monster vocals), que aparece más o menos a partir del minuto 12 de la Parte II de “Tubular Bells”. Esos rugidos graves (que él grabó borracho y dando alaridos al micrófono hasta quedar afónico, como protesta por las presiones de la disquera para crear un single cantado), sería más adelante una de las señas características de las vertientes más extremas del género metal.

En ese imperio de distorsión, hoy día aún reina Metallica, uno de los pocos grupos que, en cualquier estilo musical, pueden jactarse de haber hecho cuatro discos legendarios consecutivos (“Kill‘em All”, “Ride The Lightning”, “Master of Puppets”, y “…And Justice for All”). Pero ni ellos se salvaron del estigma de genios que dañan su obra al sanar las heridas que la alimentaban. Siendo el metal un género en el que la rudeza y agresividad son consustanciales a su estética, la vulnerabilidad emocional es vista con sospecha entre sus más fervientes acólitos. Cuando los músicos aceptaron filmar el proceso de terapia colectiva que emprendieron para lidiar con las tensiones creativas tras la salida de su bajista estrella, la fanaticada reaccionó con escepticismo. ‘¡La ropa sucia se lava en casa, solo queremos el nuevo disco!’, parecía ser el clamor general. Lo cierto es que la valiente iniciativa culminó en un documental, “Some Kind of Monster” (disponible en Netflix), que es ya todo un clásico. Por otra parte, el disco resultante de ese periodo, “St. Anger”, suele incluirse entre los más flojos de su carrera. El grupo defiende que, sin el proceso de creación de esa obra, Metallica hoy no existiría.

Paradoja #2: esa memoria del trabajo terapéutico colectivo de súper estrellas del metal, que en un principio fue percibido como un gesto de “ablandamiento” de la banda, terminaría contribuyendo a la apertura hacia la terapia entre miles de aficionados al género.

En la película quedaron registrados muchos momentos tensos, como cuando la banda empezó a cuestionar si su facilitador, en lugar de estar realmente comprometido con su proceso, solo tenía interés en el dinero. Semejante reacción es comprensible pues en un trabajo emocional realmente efectivo, es esperable que tarde o temprano salgan a la superficie temores profundos, como el miedo a ser manipulados. Así, por ejemplo, aquel sistema de autosuperación, “Exégesis”, que tanto alabó Mike Oldfield en su momento, con el tiempo fue catalogado como secta y perseguido por parte de las autoridades británicas.

Uno de los cultos que más notorios en años recientes, fue el NXIVM, arraigado en México, Canadá y EEUU. La serie documental “The Vow” de HBO reseña el esfuerzo titánico de un grupo de víctimas por desmantelar esa organización, acusada de crímenes tan diversos como lavado de dinero, extorsión y tráfico sexual. Lo que diferencia este trabajo de muchos otros similares, es el acceso privilegiado a abundante material primario del quehacer y cotidianeidad de la empresa y su gurú, Keith Raniere, un tipo tan astuto y carismático como maquiavélico. El cómo personas preparadas e inteligentes, de clase económica acomodada, e incluso famosas, mordieron el anzuelo y quedaron enganchadas por años en un grupo tan polémico, es uno de los misterios que desmenuza con precisión esta impactante serie. Quien mejor resume la esencia del tema es Barry Meier, uno de los periodistas del New York Times que destapó el escándalo de NXIVM:

“Para mí, el asunto central de todo esto es lo increíblemente vulnerables que somos como personas. Y que, incluso, gente que en la superficie se muestra inteligente, capaz, talentosa y exitosa, de muchas formas, también tiene esa intensa vulnerabilidad. Y es una vulnerabilidad que está disponible para que alguien la explote.”

Paradoja #3: aún después de destaparse las atrocidades de su líder, y de que la Fiscalía de Nueva York lo acusara penalmente junto a su círculo de confianza, diversas personas seguían defendiéndoles, argumentando, con total convicción, que en esa comunidad su vida había cambiado radicalmente para bien.

Es difícil aceptar que un polémico culto pueda brindar experiencias transformadoras a personas atribuladas, aunque Mike Oldfield parecería ejemplo de ello. También cuesta creer que artistas que viven de una imagen de fuerza y control como Metallica, salieran bien parados de mostrarse inseguros y extraviados ante sus fans. Es quizás, en esas zonas grises, donde se esconden furtivamente las verdades de nuestra condición humana. Porque existir en este mundo implica arrastrar miedos, traumas o inseguridades. Y resulta vital hacerse cargo de estos, simplemente para vivir un poco mejor. Pero también es un hecho que, en dicha búsqueda, hay depredadores capaces de aprovecharse de esa vulnerabilidad. No basta pues, con tener valentía para trabajarse. Hay que saber acompañarse bien. Así, por ejemplo, en el caso de una persona artista temerosa de que la sanación emocional pudiera arruinar “ese no sé qué” que el dolor imprime en su obra, bien podría acompañarse de alguien como David Lynch. Las turbias películas de este señor harían sospechar de un autor atormentado y oscuro, pero en realidad es un tipo afable y divertido, experto practicante de la meditación trascendental, quien afirma:

“La ira, la depresión y el dolor pueden dar cosas muy bonitas en una historia, pero para el artista o el cineasta es veneno. Es como un vicio que limita la creatividad. Cuando estás atrapado en este vicio, es difícil levantarse de la cama, es difícil sentir el flujo de creatividad e ideas. Se necesita claridad para crear.”

A sus casi 80 años, con múltiples obras maestras a sus espaldas, algo sabrá del asunto…

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Adrian Cruz García
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Written by Adrian Cruz García

Apegado al cine y adicto a la música. Gusta de impartir clases y ha hecho sus cosas audiovisuales. Escribe a ratos, porque no sabe tocar piano.

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