Un amable fulano llamado Mr. Rogers

Adrian Cruz García
4 min readNov 19, 2018

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Fred Rogers encontrándose con niños de una escuela de Pittsburg (Jim Judkis para People Magazine)

Cuando crucé el semáforo que se ponía en verde, un motociclista se saltó la luz roja y estuvo a punto de estrellarse conmigo. El susto que sentí, rápidamente se transformó en rabia. El motociclista, que había frenado en la intersección, empezó a seguirme. Eso solo aumentó mi molestia, sobre todo cuando este aceleró para alcanzarme. Decidí esperarlo para soltarle el improperio que me venía subiendo por la garganta. El motociclista se parqueó a mi lado, se levantó el casco y antes de que pudiera decirle nada, muy apenado, me pidió perdón. Era un señor mayor, cordial como esos personajes elegantes de un siglo olvidado. Y con ello, me desarmó. La ira, inmediatamente se transformó en compasión. Agradecí sus palabras. Nos dimos las buenas noches y seguí mi camino en paz. Ese es el poder de la amabilidad sincera.

Hoy pareciera que hay dos emociones que marcan nuestros tiempos: el miedo y la ira. Tal es su impacto, al tornarse en sentimientos colectivos, que llegan a trazar el destino de países enteros, como ha sucedido en Filipinas, Brasil o EEUU. Pero de igual forma, en esos mares de hostilidad, se gesta la resistencia, que para que sea efectiva, no puede ser otra que la resistencia empática.

“El mundo es caos. Sé amable”, le decía la esposa al comediante Oswald Patton, antes de fallecer. Durante el duelo, esa frase se convirtió en su mantra de vida. Así lo cuenta: “si quieres hablarle a Dios, -o a lo que sea que creas que es Dios-, ve y sé bueno con otra persona. Esa es la mejor manera de comunicarse con el infinito. Sé bueno con un miembro de la familia, con un ser querido, ve y dispersa eso a tu alrededor”.

Hace poco topé con el documental “¿Serías mi vecino?” (“Won’t you be my neighbor?”), de Morgan Neville, seguro candidato al Oscar con este conmovedor trabajo. Trata de Mr. Rogers, un creativo personaje que desde muy joven vio en la televisión pública un poderoso medio de transformación educativa. Sus programas infantiles se transmitieron durante 31 temporadas, desde 1968 a 2001, con la impresionante cifra de 895 episodios que él personalmente escribió, protagonizó, musicalizó y dirigió.

Mr. Rogers promovió incansablemente su filosofía de la “bondad radical”, convencido de la importancia de la atención emocional en la niñez. “Los niños tienen sentimientos muy profundos, al igual sus padres, al igual que todo el mundo” decía. “Y nuestro esfuerzo para comprender esos sentimientos, y para responder mejor a ellos, es lo que yo considero, una de las más importantes tareas del mundo.”

Legendaria fue su intervención en el Senado, que logró evitar el desfinanciamiento de la televisión pública norteamericana durante la crisis por la guerra de Vietnam. Sabía de qué hablaba. Su había asesorado con psicólogos de avanzada de su época, para gestar su propuesta y había dominado la técnica de producción televisiva a través del método infalible de la práctica constante. Maestro de hacer mucho con poco, le bastaba un títere sencillo, con tierna voz caricaturesca, para conectar con cualquier infante.

A menudo criticado por su estética conservadora y anticuada, ocultaba detrás de sus austeras puestas en escena, una visión notablemente progresista. Se atrevió a hablarle a los niños y las niñas, de temas considerados tabú en los sistemas educativos tradicionales, como el divorcio, la guerra, el racismo y la muerte. Todo con mucho tacto y empatía. Y a pesar de ser pastor presbiteriano, nunca recurrió a referencias bíblicas para realizar su labor humanista.

Creo que mucha de esa ira que pareciera propagarse como pólvora por el mundo, podría deberse a la dificultad que, desde niños enfrentamos muchos seres humanos para hablar de las cosas que nos duelen, nos atemorizan y nos avergüenzan. Esa represión emocional, quizás podría explicar la ironía de que, en el funeral de Mr. Rogers, decenas de ultraconservadores se manifestaran con hostilidad por su postura de tolerancia hacia la comunidad sexualmente diversa. Había niños en ese grupo, dicen los testigos. Se veían tristes en contraste con la ira de sus padres.

Cosas como esas podrían llevar a pensar que el arduo trabajo de Mr. Rogers no fue más que una cruzada utópica. Pues sí, nadie puede cambiar el mundo por sí solo. Pero entregar bondad a un niño, puede mejorarle la vida, que al final es una forma de cambiar el mundo, una persona a la vez. Lo saben todas esas personas que día con día, trabajan con la niñez intentando re-imaginar la educación como un medio que, más que refinar intelectos, brinde las herramientas necesarias para alcanzar la salud emocional. A ellas que, como Mr. Rogers, han mantenido viva la utopía, las gracias.

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Adrian Cruz García
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Written by Adrian Cruz García

Apegado al cine y adicto a la música. Gusta de impartir clases y ha hecho sus cosas audiovisuales. Escribe a ratos, porque no sabe tocar piano.

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